De Vilaweb:
PSC, a favor de les corregudes bous, amb tres vots per la ILP i tres abstencions
La majoria dels trenta-set diputats del PSC ha votat contra la prohibició de les corregudes de bous. Només Núria Carreras, Antoni Comín i Josep Maria Balcells hi han votat a favor; i Rosa Maria Farré, Joan Ferran i Antoni Castells s'han abstingut.
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De Público:
Diputades i diputats dels PSC que han votat contra la supressió:
José Montilla, president de la Generalitat, Joaquim Nadal, consejero de Política Territorial y Obras Públicas Higini Clotas Lídia Santos Manuela de Madre Miquel Iceta Consol Prados Carme Figueras David Pérez Núria Segú Caterina Mieras, ex consejera de Cultura Montserrat Capdevila, Esteve Pujol, Agnès Pardell, Rocío Martínez-Sempere, Dolors López, Teresa Estruch, Josep Casajuana, Alexandre Martínez, Joaquim Josep Paladella, Francesc Xavier Boya (CpC y Síndic de Aran), Antoni Llevot, Pia Bosch, Judit Carreras, Roberto Labandera, Mila Arcarons, Mohammed Chaïb (CpC), Jordi Terrades, Flora Vilalta, Lídia Santos y Higini Clotas.
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De El País 5 de març del 2010
FRANCISCO GONZÁLEZ LEDESMA
El futuro de la lidia
La memoria del llanto
Perdonen si empiezo con una confidencia personal: yo, que soy contrario a los toros, entiendo de toros. Durante años, cuando me recogieron en Zaragoza durante la posguerra, traté casi diariamente con don Celestino Martín, que era el empresario de la plaza. Eso me permitió conocer a los grandes de la época: Jaime Noain, El Estudiante, Rafaelillo, Nicanor Villalta. Me permitió conocer también, a mi pesar, el mundo del toro: las palizas con sacos de arena al animal prisionero para quebrantarlo, los largos ayunos sustituidos poco antes de la fiesta por una comida excesiva para que el toro se sintiera cansado, la técnica de hacerle dar con la capa varias vueltas al ruedo para agotarlo... Si algún lector va a la plaza, le ruego observe el agotamiento del animal y cómo respira. Y eso antes de empezar.
El peligro del toreo, además de inmoral como espectáculo, es efectista
Vi las puyas, las tuve en la mano, las sentí. El que pague por ver cómo a un ser vivo y noble le clavan eso debería pedir perdón a su conciencia y pedir perdón a Dios. ¿Quién es capaz de decir que eso no destroza? ¿Quién es capaz de decir que eso no causa dolor? Pero, claro, el torero, es decir, el artista necesita protegerse. La pica le rompe al toro los músculos del cuello, y a partir de entonces el animal no puede girar la cabeza y sólo logra embestir de frente. Así el famoso sabe por dónde van a pasar los cuernos y arrimarse después como un héroe, manchándose con la sangre del lomo del animal a mayor gloria de su valentía y su arte.
Me di cuenta, en mi ingenuidad de muchacho (los ingenuos ven la verdad), de que el toro era el único inocente que había en la plaza, que sólo buscaba una salida al ruedo del suplicio, tanto que a veces, en su desesperación, se lanzaba al tendido. Lo vi sufrir estocadas y estocadas, porque casi nunca se le mata a la primera, y ha quedado en mi memoria un pobre toro gimiendo en el centro de la plaza, con el estoque a medio clavar, pidiendo una piedad inútil. ¡El animal estaba pidiendo piedad...! Eso ha quedado en la memoria secreta que todos tenemos, mi memoria del llanto.
Y en esa memoria del llanto está el horror de las banderillas negras. A un pobre animal manso le clavaron esas varas con explosivos que le hacían saltar a pedazos la carne. Y la gente pagaba por verlo.
El que acude a la plaza debería hacer uso de ese sentido de la igualdad que todos tenemos y darse cuenta de que va a ver un juego de muerte y tortura con un solo perdedor: el animal. El peligro del toreo, además de inmoral como espectáculo, es efectista, y si no lo fuera, si encima pagáramos para ver morir a un hombre, faltarían manos y leyes para prohibir la fiesta.
Gente docta me dice: te equivocas. Esto es una tradición. Cierto. Pero gente docta me recuerda: teníamos la tradición de quemar vivos a los herejes en la plaza pública, la de ejecutar a garrote ante toda una ciudad, la de la esclavitud, la de la educación a palos. Todas esas tradiciones las hemos ido eliminando a base de leyes, cultura y valores humanos. ¿No habrá una ley para prohibir esa última tortura, por la cual además pagamos?
Perdonen a este viejo periodista que aún sabe mirar a los ojos de un animal y no ha perdido la memoria del llanto.
Francisco González Ledesma es periodista y escritor.